Con una panadería que funciona en casa y hace negocios por Internet, la familia Mirabal Colina proveniente de Venezuela, busca mantener su sustento. Recibieron apoyo del Programa de Estabilización Comunitaria (CSA) de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) implementado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), para reforzar su emprendimiento y ahora ya son una empresa legalmente constituida.

 

“El pan que quieres, Boronas lo tiene”. Con ese eslogan, Jenny Coromoto de Mirabal y su familia han logrado abrirse camino entre el mercado araucano con su panadería Boronas, que funciona a través de ventas virtuales.

 

La panadería funciona desde 2018 en la casa que rentaron en Arauca, cuando llegaron desde San Fernando, la capital del estado venezolano de Apure, decididos a dejar atrás la situación económica que hacía insostenible su vida. Soltaron las certezas y decidieron migrar, lo que implicaba empezar de cero.

 

Después de un primer intento de negocio fallido que los dejó sin recursos, se vieron forzados a vender lo último que tenían para comprar el primer horno y dedicarse a hacer pan. Ni el esposo de Jenny, quien había estudiado panadería, lo creía. “Estaba en shock, pero yo confiaba en él y sabía además que todo el mundo come pan…”, recuerda Jenny ahora que ya Boronas tiene ganado un nombre y ha ido construyendo una clientela  para este negocio virtual de pan hecho por pedido.

 

  

 

Lograrlo ha sido trabajo de todos en casa: su esposo transmitió los conocimientos de la panadería y ha seguido explorando recetas; ella, que “nunca había hecho ni una torta de cumpleaños”, decidió a aprender y tomó las riendas del emprendimiento; y sus hijos, de 15, 12 y 6 años, fueron los que sugirieron hacer negocios a través de las redes sociales y, además, ayudan en el proceso de producción. Los mayores también se encargan de la distribución en bicicleta de los pedidos cercanos.

 

“Que nos reconozcan como gente honesta y trabajadora en una sociedad que no es la nuestra” ha sido uno de los logros más importantes para Jenny, quien se toma esta experiencia como una oportunidad para enseñarles a sus hijos a sentirse orgullosos de sus logros porque “uno puede perder todo, menos la dignidad”.

 

Jenny recuerda que desde que ella y su esposo decidieron emprender, quisieron ser dueños de sus victorias y de su tiempo, aunque de eso último ahora les queda poco porque los pedidos han ido creciendo.

 

“Trabajamos de domingo a domingo. Tomamos pedidos en la noche o en la mañana temprano, a las 8:00 a.m. empezamos la producción, horneamos entre 11:00 a.m. y 1:00 p.m.; y entre 3:00 y 4:00 p.m. empacamos para luego despachar pedidos”, señala Jenny, quien habla emocionada de la variedad de panes que están fabricando: brioche, dulce, de frutas, de jengibre o de papa.

 

Para los Mirabal Colina estar en otro país les ha permitido unirse como familia, y aunque extrañan mucho a su gente y las comodidades que les ofrecían sus carreras en Venezuela, donde Jenny era abogada criminalista y su esposo electricista, también están agradecidos por todo lo que han logrado y aprendido en su nueva vida.

 

Entre esos aprendizajes está un proceso de formación en asuntos empresariales, al que accedieron con el apoyo del Programa de Estabilización Comunitaria de USAID, implementado por la OIM con el apoyo de la Fundación para el Desarrollo Sostenible, Agropecuario y Ambiental de la Orinoquia (Fundeorinoquia). Gracias a este proyecto, que adicionalmente les apoyó con insumos técnicos para fortalecer su negocio, han establecido una red comercial con otros 18 emprendimientos de nacionales venezolanos con los que están aportando a la economía local.  

 

“Formar parte del mundo empresarial nos ha abierto nuevos horizontes”, asegura esta emprendedora que no se había imaginado a sí misma haciendo pan y tortas, y hoy se emociona cuando alguno de sus clientes demuestra satisfacción por sus productos.

 

Su más reciente éxito fue con un negocio local de hamburguesas, para el que desarrollaron una receta especial de pan que le diera un valor agregado a este producto. “El pan de Boronas ha sido un éxito para mi negocio”, dice Wilmer Saavedra, propietario de la hamburguesería. “La suavidad, la textura y el sabor… es delicioso. Espero que Jenny y su familia sigan surgiendo”, expresa.

 

Esas muestras de cariño y confianza de sus clientes, y la necesidad de establecerse, de volver a lo seguro, hacen a Jenny soñar a largo plazo. Quiere garantizar con su negocio la educación de sus hijos y se imagina una vejez fundamentada en su empresa. Por lo pronto, ya dio el paso para registrar legalmente a Boronas ante la Cámara de Comercio. Así que esta historia sigue porque, como dice esta llanera venezolana, “al emprendedor no le cuesta nada soñar”.

 

SDG 1 - FIN DE LA POBREZA
SDG 8 - TRABAJO DECENTE Y CRECIMIENTO ECONÓMICO
SDG 17 - ALIANZA PARA LOGRAR LOS OBJETIVOS