Gregorio Ruiz y su esposa, Ivette Mata, llegaron a Bogotá con sus hijas, maletas para quince días y años de experiencia en el arte del tatuaje. Pese a la pandemia por el coronavirus han logrado establecer su negocio y abrirse un camino para dejar en Colombia lo mejor de Venezuela.  

Ivette Mata lleva tatuado en su espalda el mapa de su país, un rostro indígena y un fragmento de la canción “Venezuela”, que refleja un amor profundo por esa nación. Se lo hizo su esposo, Gregorio Ruiz, como una forma de reforzar su identidad.

“Es que la distancia se siente. Uno extraña y yo quise dejar parte de eso en mi piel”, explica la mujer, una artista del tatuaje que llegó a Colombia con su esposo y sus dos hijas para pasar unos días, y resultaron quedándose a recomenzar su vida.

Ya pasaron cuatro años desde entonces. Empacaron maletas para 15 días y llegaron a Bogotá, donde un antiguo empleado de la tienda de tatuajes de Gregorio los esperaba. Empezaron a ver buenas posibilidades para establecer su propio negocio y, sin mucho pensarlo, decidieron intentarlo. “Vimos un panorama positivo y, rápidamente, logramos lo que en nuestro país estaba tan difícil para tanta gente”.

Establecieron un local en un barrio del sur de la ciudad y fueron juntándose con otros artistas hasta que tuvieron un negocio grande y próspero. Pero en 2020 llegó la pandemia por el coronavirus, que planteó nuevos desafíos en la historia de progreso familiar que, de manera positiva han ido superando.

Debieron cerrar el local, así que empezaron a trabajar en su casa o a domicilio. Mientras tanto, a Gregorio le llegó una convocatoria del Programa de Estabilización Comunitaria de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo (USAID), que implementa la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), en la que le ofrecían la oportunidad de capacitarse.

“El diplomado”, como él lo llama, era todo un proceso de formación para nacionales venezolanos emprendedores que, en Bogotá, se realizó en alianza con el Politécnico Grancolombiano como socio implementador.  De manera virtual, Gregorio recibió clases que le permitieron reforzar estrategias para la administración de su estudio de tatuajes, el manejo de gastos e ingresos y la creación de planes de negocio. “Yo no hacía eso antes: yo trabajaba, ganaba dinero, gastaba y luego no sabía en qué”, acepta satisfecho con los aprendizajes de todo un año de tareas y encuentros virtuales.

Estos le servirán ahora que piensan abrir de nuevo un local y expandir su negocio a otras ciudades. Esto también fue posible gracias a un aporte económico que les hizo la OIM, a través del Programa. Con este aporte lograron obtener máquinas, tintas, aparatos de esterilización y hasta un video de promoción de su historia y su arte.

Y así como la vida en Colombia les ha permitido el florecimiento de su negocio, también lo ha hecho para su vida familiar ya que desde que llegaron han podido invitar de vacaciones a sus seres queridos: “Han venido nuestras mamás, primos, tíos, amigos. Es más fácil ayudar estando aquí”. En eso concuerdan. Pueden hacer esas invitaciones, enviar dinero a familiares en su país, recibir en su casa a otros viajeros en tránsito y tatuar el sentir venezolano en la piel de sus compatriotas. “Llevo tu aroma y tu luz en mi piel”, dice el comienzo de la canción que Ivette se marcó en la espalda recordando su país.

“Son muchos los que piden que les tatuemos el simbolismo venezolano, porque la gente extraña su tierra, el lugar donde creció”, señala Ivette, que espera el momento en que pueda volver con sus niñas a las playas de su país y recordar su propia infancia. Mientras tanto, seguirán en Colombia, dejando huella como una familia decidida a superarse, a aportar y a dejar en este país lo mejor de Venezuela.

SDG 8 - TRABAJO DECENTE Y CRECIMIENTO ECONÓMICO
SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 11 - CIUDADES Y COMUNIDADES SOSTENIBLES
SDG 17 - ALIANZA PARA LOGRAR LOS OBJETIVOS