Jesús Nacache salió de su país para buscar una mejor opción de vida. Su sueño es prosperar en Ecuador, para lograr reencontrarse con su familia.

Jesús Nacache.

En el flujo de venezolanos que llegan a Colombia unos llegan para instalarse, otros para buscar empleo y encontrar mejores opciones de vida, y otros que solo hacen escala en las diferentes ciudades colombianas, en medio de su trayecto hacia los países de América del Sur, como Ecuador, Perú, Chile y Argentina. 

La mayoría de venezolanos está saliendo por el Puente Internacional Simón Bolívar, el corredor fronterizo que conecta a los dos países a través de las montañas de Los Andes orientales. Villa del Rosario y Cúcuta, Norte de Santander, son las primeras ciudades a las que llegan los venezolanos. 

Sin embargo, Jesús Alfredo Nacache, un joven de veinticinco años, militar retirado e ingeniero agrónomo, llegó a Colombia a través de la frontera de la región de Los Llanos. “Vengo por la región llanera, por el río Arauca. Ha sido una experiencia muy bonita ver como muchas personas nos han apoyado desde que llegamos. Aunque cruzamos la frontera con el miedo de ser deportados, la meta de nosotros es seguir hasta donde a muchos nos esperan los familiares. Por lo menos a mí, me esperan en Ecuador, que es el sitio de llegada, dónde tengo unos tíos que me esperan para trabajar y apoyar”, comenta.

Proveniente de la ciudad de San Juan de los Morros, capital del Estado Guárico de Venezuela, Jesús dejó a su esposa y a su familia con el firme propósito de estabilizarse económicamente en Ecuador, para luego regresar por ellos. “Allá yo trabajaba, era funcionario público, pero todo se volvió tan difícil, que ni siendo uno de los mejores pagados en el país, e incluso teniendo un salario mínimo, no alcanza para nada.  Un salario no te alcanza para comprar sino tres artículos de la canasta básica, y por eso tomamos la decisión de partir, con el miedo de dejar a la familia y de quitarle ese poquito de apoyo que tenían con ese salario”, relata. 

Al igual que Jesús, según datos de Migración Colombia, en lo corrido del año y hasta el 30 de agosto, han ingresado al país más de 593 mil venezolanos en condición de tránsito, es decir, que recorren el territorio nacional para transitar voluntariamente hacia otras regiones de América del Sur, como Ecuador, Perú, Chile y Argentina, buscando la oportunidad de resguardarse con familiares o con amigos.

Venezolanos llegan caminando a Cali.

Estos venezolanos deben, por lo tanto, llegar al puesto de control migratorio de la frontera entre Colombia y Ecuador: el Puente Internacional de Rumichaca, situado en el municipio de Ipiales, Nariño.

Desde Bogotá, las personas que buscan llegar a Rumichaca, tienen que desplazarse más de 550 km de distancia para llegar a la ciudad de Cali, y desde allí, recorrer otros 478 Km hasta Ipiales.  

Cali, capital del departamento del Valle del Cauca, es una de las cuatro ciudades más importantes de Colombia. Está ubicada al suroccidente del país, y cuenta con una población estimada de 2’408.773 con proyección a 2018, habitantes, según datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). 

En lo corrido de este año, más de 423 mil ciudadanos venezolanos han salido hacia el sur del continente por el Puente Internacional de Rumichaca, Nariño. De ellos, el 61% lo ha hecho utilizando su pasaporte como documento de viaje, mientras que el 39% efectúa el proceso con la Tarjeta Migratoria, es lo expresado por Migración Colombia en su portal web.

Por su parte, el Fray Francisco Nel Leudo, Director de la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Cali, expresa que “el movimiento del número de venezolanos que entran a la ciudad es fluctuante, ya que Cali no es una de las ciudades elegidas para estabilizarse. Son 120 personas diarias que llegan a Cali, a las cuales atendemos, y de ellas solo 20 se quedan aquí, las demás siguen su camino hacia países como Ecuador y Perú”. 

En este sentido, la mayoría de venezolanos que arribaban a la capital del Valle, desde hace tres meses se establecían en el ‘Jarillón de Cali’, en un sector ubicado a escasos pasos de la Terminal de Transportes. Los Jarillones son pequeños diques o crestones de suelo que se erigen al lado de los ríos para la protección y la contención por posibles desbordamientos. En Cali, esta estructura se encuentra a orillas del río Cauca desde los años setenta, cuando fue construida por la Corporación Autónoma Regional del Valle (CVC) para evitar las inundaciones en la ciudad que por esos años se presentaban.

Hasta el ‘Jarillón de Cali’, llegaron Jesús y otros compatriotas que se encontró en la ruta desde Bogotá. Tuvieron que marchar largas distancias por las carreteras del país, pasando el hambre con confites (galletas y caramelos) e hidratándose con las bebidas que les regalaban los colombianos.  “En el camino veníamos compartiendo, comiendo lo mismo, lloramos muchas veces de la tristeza, y como era la misma situación de salida del país nos comprendemos unos con otros de la situación que estamos pasando, y eso creó un lazo de hermandad, más que de amistad”, comenta Jesús.

Diferentes organizaciones e instituciones, como la OIM –con el respaldo financiero del Fondo Central de Respuesta a Emergencias de las Naciones Unidas (CERF por su sigla en inglés)-, Migración Colombia, la Defensoría del Pueblo, la Gobernación del Valle, la Alcaldía de Santiago de Cali, la Arquidiócesis de Cali, la Pastoral Social, Congregación de los Misioneros Scalabrinianos, la Fundación Casa de la Tercera Edad, la Cruz Roja Internacional,  el Programa Mundial de Alimentos (PMA/WFP)  y otros socios en vista de que la situación en ‘el Jarillón’ tendía a convertirse en un problema de orden y de salud pública, como también humanitario, aunaron esfuerzos para darle solución pronta y efectiva.  Todo esto, enmarcado en el ánimo y en la propensión por mantener la dignidad y la integridad de las personas que residieron en dicho sector desde hace tres meses.  

El resultado fue la ejecución de una operación de traslado humanitario realizado entre julio y agosto de 2018, que atendió de forma apropiada, digna y oportuna a más de 600 personas que se encontraban instaladas en el campamento del Jarillón, y que expresaron su deseo de transitar voluntariamente, solos o con sus familias, hacia la frontera colombo-ecuatoriana.  

Esta atención, que se llevó a cabo entre julio y agosto del año en curso, le ofreció a la población migrante albergue temporal, alimentación, auxilio económico y transporte gratuito para una ruta que inició en Cali y finalizó en la frontera de Rumichaca. 

“Colombia a mí me ha gustado mucho, nos han ayudado mucho. Aquí en Cali, por ejemplo, conocí a la OIM, y con ellos creo que 100% es poco: estoy 200% agradecido con el apoyo, con toda su logística… es muy bonito, tengo muchas palabras de agradecimiento para el pueblo colombiano”, afirmó Jesús antes de abordar uno de los autobuses que estas organizaciones, anteriormente mencionadas, dispusieron para el traslado voluntario y ordenado de los venezolanos a la ciudad de Ipiales, donde fueron recibidos en un hogar de paso por la Congregación de los Misioneros Scalabrinianos. 

Llegada de los autobuses al hogar de paso en Ipiales.

 

Después de recibir desayuno, servicios de ducha y sanitario, y un kit de aseo personal, los venezolanos fueron transportados al sector de Rumichaca -ubicado a tan solo diez minutos en carro desde Ipiales-, en donde realizarían los trámites de control migratorio necesarios para transitar hacia el vecino país de Ecuador. 

Cientos de venezolanos hacen fila para ingresar al puesto de control migratorio de Rumichaca.

“Es difícil explicar lo que se siente cuando ya sabes que vas a ayudar a tu familia. Es un sentimiento muy bonito porque sabes que tus familiares no van a pasar tanto trabajo. Triste porque no los puedo tener cerca, pero con la ilusión de que estén conmigo pronto”, cuenta Jesús momentos antes de ingresar al puesto de control migratorio. 

Última conversación con Jesús en el puente Rumichaca.