Gustavo Castro del Mar nació en Perú, hizo su vida en Venezuela y estuvo en Colombia de paso hacia Ecuador. “No es tiempo de llorar ni lamentar, es tiempo de luchar y encontrar un futuro mejor”, escribió en un mural que dejó como recuerdo en Colombia.

 

Como si fuera un explorador de Los Andes, Gustavo Castro del Mar ha distribuido su vida entre cuatro de los países tocados por la cordillera suramericana: nació en Perú, hizo su vida en Venezuela y llegó a Colombia de paso hace poco para forjar, a sus 69 años, un nuevo destino en Ecuador.

Es un hombre con talento en las manos: es cocinero, soldador y artista, y así se ha ganado el sustento y la admiración de muchos que lo conocen. De íconos patrios en un colegio en Venezuela puede pasar a pintar una mujer amamantando a su bebé en un prado o a una multitud caminando hacia unas manos enormes que los esperan con una rosa… Su obra transmite con orgullo, gratitud y esperanza pese al momento que atraviesa su pueblo.

Llegó a Colombia el 1 de noviembre de 2018, después de haber vivido 40 años en Venezuela. Viajó en bus desde Barcelona, capital del Estado nororiental de Anzoátegui, hasta San Antonio del Táchira, y caminó desde allí hasta Cúcuta, capital de Norte de Santander, la segunda región colombiana donde hay mayor presencia de migrantes provenientes de Venezuela, después de Bogotá. Lo hizo buscando la posibilidad de realizarse una cirugía que requiere, y con la ilusión puesta en una familia de amigos que lo espera en Ecuador.

En su equipaje, Gustavo cargó sus implementos de pintura y un ánimo a prueba de obstáculos. “Dejar a los conocidos y estar lejos de la familia es un choque”, recordaba ya un poco repuesto de esa sensación, durante los días en los que estuvo en el Centro de Atención Transitoria al Inmigrante (CATM) de Villa del Rosario, en Norte de Santander. Allí recibió alimentación, alojamiento y atención médica y psicosocial, mientras esperaba recibir sus documentos peruanos para emprender el resto del camino.

 

En su paso por el CATM de Cúcuta, don Gustavo dejó un mural con su sentir plasmado en él.

 

El CATM es implementado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con el apoyo financiero del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Alcaldía de Villa del Rosario, la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de Estados Unidos, el Fondo Central para la Acción en Casos de Emergencia (CERF) y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

“Aquí tengo todo lo que necesito”, le dijo a la OIM durante su paso por el Centro, en el que aprovechó para pintar con los niños, como una manera de compartir lo que sabe y demostrar su gratitud. “Me han tratado muy bien. No tengo nada de qué quejarme”.

De Colombia tiene, desde su vida en Venezuela, muy buena imagen, y entiende a estos países como hermanos. Así lo expresó en un mural que dejó plasmado en el CATM en el que las banderas de Colombia y Venezuela se entrelazan bajo un libro enorme de registro de visitantes, como una metáfora de la migración. Y en el fondo, Los Andes, el contexto geográfico de esos flujos humanos de los que él ha hecho parte y para la que comparte esta consigna: “No es tiempo de llorar ni lamentar, es tiempo de luchar y encontrar un futuro mejor”.

"Yo vine preparado: traje mis pinceles y pintura”, dijo Gustavo durante su conversación con la OIM en el Centro de Atención Transitoria al Migrante (CATM), donde aprovechó su tiempo para enseñarles arte a los niños presentes.