MARÍA DEL PILAR HURTADO, EL ÚNICO CAMINO ES LA RECONCILIACIÓN

María del Pilar es una lideresa de Tumaco que le apuesta a la reconciliación a través de la resiliencia, la confianza y la solidaridad. Se ha ganado un lugar destacado en su comunidad gracias a su trabajo activo en la Red de Organizaciones de Mujeres Departamental Urdiendo y Tejiendo Paz, la Red Subregional de Alertas Tempranas del Pacifico y Pie de Monte Costero Nariñense y la Asociación de Mujeres Víctimas de Desplazamiento Forzado de Tumaco. 

Dicen que soñar no cuesta nada, pero a veces cuesta la vida. Es una frase de cajón, pero para algunos habitantes de regiones apartadas de nuestra geografía los sueños son un camino empedrado de dificultades. Son tan escurridizos que a veces hay que darlo todo y jugársela por ellos.  Así lo cree María del Pilar Hurtado, quien desde niña aprendió que solo soñando se llega lejos. 

Nació hace 42 años en Tumaco, Nariño, la llamada Perla del Pacífico colombiano. Un lugar en el que cientos de años atrás, dicen, se encontró la perla más grande del mundo.  Era libre como una de esas tantas garzas que deambulan por el cielo tumaqueño.  Sus años de infancia los vivió en los tiempos donde no había que cerrar puertas y mucho menos cerrar el alma. 

“Éramos felices, jugábamos en las calles y corríamos, sin ningún afán, con los pies descalzos por la arena de la playa. Nos acurrucábamos alrededor del fuego a escuchar a nuestros padres y abuelos.  Soñábamos con llegar lejos, con conocer esas tierras lejanas que contaban mis abuelos, con tener una familia y estar tranquilos”, afirma con esa nostalgia que le da recordar a su tierra cuando estaba en paz.

No sentía miedo y las carcajadas se mezclaban con la música tradicional que salía de los cununos, los bombos, el guasá y la marimba.  Y así, con el sonido de los cantos, arrullos y alabaos, pronto se enamoró y a sus 17 años se fue a vivir a la Vereda Chagüi, Las Brisas, ubicada en la zona rural de Tumaco. Un lugar en donde hasta hace poco no había acueducto, y la quebrada era el único sitio en el que se podía obtener agua para las labores domésticas.

Allí tuvo su primer hijo, en medio de murmullos de violencia que le quitaban el sueño y que se fueron convirtiendo en pesadilla. El 20 de diciembre de 2008, fue desplazada por un grupo armado que quería su tierra para plantar cultivos ilícitos. Salió con las manos vacías a instalarse en su barrio natal, donde las casas son de palafito y la lluvia a veces sobrepasa las viviendas.

“Nos tocó salir de la vereda amenazados, desplazados.  Dejar tirado todo lo que teníamos y venirnos al casco urbano.  Desafortunadamente en ese desplazamiento salí con mi hijo, un sobrino, un hermano y mi hermana. Tuvimos la mala suerte de que se llevaran a otro hermano y a mi pareja.  Por eso huimos de la violencia. Como en el municipio de Tumaco teníamos familiares, nos acogieron por unos días.  Pero al pasar del tiempo, ya parecía que éramos muchos y no sabíamos a dónde ir.  Mi sueño era volver a tener una casa para que mi familia pudiera estar tranquila.”

Esa falta de futuro y esos anhelos que a veces parecían ingenuos, le dieron el empuje que necesitaba.  Así, dice ella, supo que si algo calma las penas y la rabia, es trabajar duro para salir adelante.  Por eso empezó a buscar un lugar dónde instalarse y a averiguar cómo denunciar su desplazamiento. Como pudo y sin conocer mucho, presentó su queja y en el camino compartió su historia con otros que también deambulaban por el territorio. Aprendió con otras víctimas que las penas se alivianan cuando se comparten y que el dolor puede ser una fuerza que transforma. De nuevo tenía ilusiones y ganas de salir adelante.  

En esa juntanza de sobrevivencia encontró la calma y se instaló en La Paz, un barrio al que llegan muchas de las víctimas de la violencia en Tumaco. Allí sus planteamientos y su voz fueron ganando espacio. Ella, una mujer afro, con una historia de desplazamiento y con el corazón hecho trizas, sacó ese ímpetu que había dormido por años y empezó a liderar varias iniciativas para construir esperanzas en su comunidad.

“Cuando llegué al barrio estaba embarazada y perdí a mi bebé por la angustia de todo lo que pasó, pero logré reponerme.  Lo primero que hicimos fue rellenar las casas con aserrín, pues cada vez que llovía la “puja” se hundía.  Como vivimos detrás de un aserrío, aprovechábamos la viruta para rellenar y así las mareas altas no nos inundaran las viviendas.  Eso nos servía por poco tiempo.  Sin embargo, lo importante es que nos fuimos compenetrando todos”.

Una voz para la reconciliación

“Cuando llegué al barrio estaba embarazada y perdí a mi bebé por la angustia de todo lo que pasó, pero logré reponerme. Lo primero que hicimos fue rellenar las casas con aserrín, pues cada vez que llovía la “puja” se hundía.  Como vivimos detrás de un aserrío, aprovechábamos la viruta para rellenar y así las mareas altas no nos inundaran las viviendas.  Eso nos servía por poco tiempo.  Sin embargo, lo importante es que nos fuimos compenetrando todos”.

La confianza llegó de nuevo.  El enojo se transformó en fuerza y la fuerza se cristalizó en obras y en resiliencia.  Todos los días había algo que hacer.  Arreglar una calle, plantar una flor o simplemente pintar para embellecer el paisaje.  Por primera vez, María del Pilar sintió que había encontrado su lugar en un mundo que muchas veces consideró ajeno.

“Con ayuda de una organización internacional, hicimos todos los trámites para asociarnos y legalizarnos. Un profesional nos explicó las reglas y nuestras obligaciones como socios. Con todo ese apoyo logramos legalizar la Asociación de Mujeres Víctimas de Desplazamiento Forzado de Tumaco La Paz. Inicialmente éramos 64 mujeres. Hoy somos 34, pues algunas se han marchado del barrio o han fallecido”.

Aunque parece como si su liderazgo lo hubiera adquirido de la noche a la mañana, han sido años de trabajo constante devolviéndoles las ganas de vivir a niños, niñas, hombres y mujeres a los que la guerra les arrancó la sonrisa. Consiguió ayudas y subsidios para las familias, y luego desde su organización empezó a impulsar la Ley de Víctimas para que se garantizara una atención integral a las víctimas de su colectividad. Su fuerza y su entusiasmo la hicieron visible para ser llamada a formar parte de la Mesa de Víctimas de Tumaco. Al comienzo su participación fue silenciosa, debido a que pensaba que aún le faltaba mucho para hablar como otros líderes, pero poco a poco su comunidad la fue alentando.

“En agosto de 2010 nos invitaron a ser parte de esa mesa. Mi organización me eligió como su representante. No sé cómo, mi voz fue saliendo y empecé a conseguir cosas para mi comunidad. Luego ya empezamos a tener más incidencia a nivel departamental. Atrás dejamos el aserrín y empezamos a tapar con balastro los agujeros de nuestra viviendas. También arreglamos las calles y nuestros hogares”.

Hoy María de Pilar es una mujer que a través de su trabajo social ganó una nueva dignidad para su vida. Ya no calla, reclama lo justo y sabe que ya no es una víctima, sino una sobreviviente que sigue trabajando por reconstruir su futuro. Sus actividades en la Red de Organizaciones de Mujeres Departamental Urdiendo y Tejiendo Paz y en la Red Subregional de Alertas Tempranas del Pacifico y Pie de Monte Costero Nariñense, le han permitido ser partícipe de esa estrategia de fortalecimiento de acciones de incidencia política, gestión de la autoprotección y el autocuidado, consolidada en el marco de ProDefensoras. 

“Me siento orgullosa de haber podido visibilizar las necesidades de mi comunidad y de ayudar a quienes han sido víctimas de algún tipo de violencia. También porque a través de este trasegar, me pude formar como lideresa. Me he capacitado y he logrado que otras compañeras también lo hagan y puedan enseñar a otras personas”.

Para ella el rencor, rumiado por algún tiempo, se fue desvaneciendo como las olas del mar. “Yo le digo a todos, dejemos eso ahí y sigamos pa´lante.  Trabajemos juntos para mejorar lo que hemos dañado. El único camino es la reconciliación”.

#SúmateAlaReconciliación
Una campaña del Programa Restaurando Nuestro Futuro de USAID, implementado por OIM en alianza con ACDI/VOCA.
 

SDG 10 - REDUCCIÓN DE LAS DESIGUALDADES
SDG 16 - PAZ, JUSTICIA E INSTITUCIONES SÓLIDAS
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