Benito nació hace 62 años en el seno de una familia campesina de San Luis de Sincé, municipio caribeño al norte de Colombia. Decidido e independiente desde joven, se aventuró rumbo a Bogotá, la capital del país, tras finalizar la escuela secundaria, con la ilusión de cursar estudios universitarios y asegurar un futuro.

Su sueño era convertirse en ingeniero industrial, pero no fue admitido en ninguna de las dos universidades públicas a las que se presentó. Se encontraba solo en una ciudad inmensa, desconocida y cada día le parecía más frio y gris. Con sus ahorros ya agotados, no tuvo más remedio que regresar a su tierra natal.

Benito pasó los siguientes 12 años empleándose como jornalero en las haciendas ganaderas, muy comunes en la zona rural de San Luis de Sincé, donde la vida era dura, pero tranquila. Sin embargo, la mencionada tranquilidad se convirtió en zozobra cuando el conflicto entre grupos armados se recrudeció. Benito se vio obligado a emigrar a Venezuela en busca de mejores horizontes y oportunidades para su bienestar. 

Por su experiencia en el oficio, en el vecino país se empleó rápidamente en haciendas ganaderas en los estados de Zulia, Miranda, Bolívar y Amazonas. Pasaron 30 años y Benito no se casó ni tuvo hijos. 

A sus 62 años, Benito notó un deterioro en su salud. Todo empezó con una tos que le despertaba en las noches y una fatiga crónica que le impidió trabajar. Experimentaba escalofríos, molestias en el pecho y, al respirar, como si fuera poco, perdía peso rápidamente.
Buscó ayuda profesional, pero a pesar de la atención recibida, no mejoraba.  Consciente de que su salud empeoraba rápidamente, y de la difícil situación del país que no ayudaba en su proceso, tomó la decisión de trasladarse al municipio colombiano de Puerto Carreño, en busca de asistencia en salud especializada.

 

 

Ya en Colombia, fue diagnosticado con tuberculosis y estuvo hospitalizado durante un mes. Al ser dado de alta se le advirtió que debía continuar con un tratamiento que podría durar de 6 a 9 meses. Benito recibió esta noticia con preocupación, pues sabía que su afección podría ser mortal de no tratarse adecuadamente, pero como tantos años atrás, se encontraba solo otra vez, ya sin dinero, sin familiares, ni amigos. En definitiva, sin hogar. 

Benito recibiría el tratamiento adecuado gratuitamente para salvar su vida, pero no tenía aún un lugar para vivir. Por primera vez, y pasando los 60 años, un par de cartones le sirvieron de cama, algunos periódicos viejos su cobijo y la calle su hogar. Cada noche le parecía más larga que la anterior. Noches eternas. Noches sin fin. A pesar de la dura situación, no se rindió nunca. La esperanza de recuperarse se mantenía como una fiel compañía. 

La situación de vulnerabilidad de Benito fue identificada por el equipo territorial del programa Migración & Salud de la OIM en el departamento de Vichada. En ese momento se activaron las alertas, y se procedió a convocar la oferta institucional de salud presente en Puerto Carreño para ofrecerle la asistencia más integral que fuera posible. 

Fue así como Acción Contra el Hambre, la Organización Panamericana de la Salud, el hospital San Juan de Dios, la Pastoral Social, la Corporación de Infancia y Desarrollo, y el Comedor Comunitario para la Tercera Edad le garantizaron a Benito un alojamiento digno y alimentación por el tiempo que tome su total recuperación. 

Adicionalmente, la OIM le brindó asistencia psicosocial, le acompañó y facilitó los trámites para obtener su documento de identidad colombiano que le permitió afiliarse a una Entidad Promotora de Salud.

Mientras sigue juiciosamente con su tratamiento médico, Benito va recuperando ahora sus fuerzas. Su ánimo se ha visto fortalecido y su esperanza hoy brilla más que nunca.