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Mujeres que le ponen la cara a la vida

Mujeres que le ponen la cara a la vida

 

Deilin Salazar y Rosaria Piermattei son dos mujeres nacionales venezolanas unidas por un mismo propósito: rehacer sus vidas en Colombia y darle a sus hijas un futuro lleno de oportunidades. Desde el Centro de Atención Transitorio al Migrante (CATM) de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Villa del Rosario, Norte de Santander, nos compartieron sus historias y su firme determinación por salir adelante.    
 

Deilin, su esposo y sus hijas pasaron “unos días de campo” viviendo en la ribera de un río en la frontera entre Venezuela y Colombia. Así se lo explicó Deilin a las niñas para restarle crudeza a esta situación. Hace un año llegaron a Cúcuta buscando mejor suerte y al poco tiempo encontraron opciones de vida en la venta callejera de bebidas. Sin embargo, la pandemia por el COVID-19 derrumbó lo que habían logrado. 

Vivieron unos días bajo un techo de plástico que improvisaron para resguardarse, hasta que el malestar estomacal de una de sus hijas los llevó a buscar los servicios de atención en salud de la Cruz Roja Colombiana. Tras la atención frente a esta emergencia fueron remitidos al Centro de Atención Transitoria al Migrante (CATM), un alojamiento temporal de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) con el apoyo financiero de la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de los Estados Unidos, el cual actualmente se encuentra operando en dos sedes: Hotel Villa Antigua, para alojamiento temporal; y sede principal en Villa del Rosario, adaptado para atención de casos de aislamiento preventivo por COVID-19. 

A su llegada al CATM Hotel Villa Antigua, Deilin y su familia recibieron kits de higiene personal, alimentación saludable y la posibilidad de dormir en camas cómodas. “Para las niñas es como estar en un cuento de hadas”, dice Deilin, contenta de que su hija menor haya podido recuperar casi un kilo en dos semanas. Señala, además, que tiene  acceso a “lujos” que hace tiempo no tenían, como por ejemplo, tener un espacio reservado para mujeres y niñas donde pueden bañarse con jabón antibacterial y contar con productos de higiene femenina. 

“Nos han atendido excelente, son personas muy profesionales y humildes”, señala Deilin, refiriéndose a los 18 colaboradores que se ocupan del registro, la entrega de asistencia humanitaria, orientación psicosocial, atención médica, alimentación y las actividades organizadas para las 280 personas que puede albergar el CATM en sus sedes; espacios que, con al apoyo del Gobierno de Japón, ofrecen asistencia humanitaria con enfoque de género a mujeres, madres solteras, gestantes y niñas.
 
A Deilin la acogieron para ayudarla a salir de la situación de calle en la que estaba, por el bajo peso de las niñas, y por la discapacidad de su esposo, que presenta dificultades en una pierna, lo que le limita la posibilidad de tener jornadas largas de trabajo. “No estoy sola porque estoy con él y mis dos niñas, pero la responsabilidad la llevo yo”, explica ella, insistiendo en que es la encargada de “plantarle la cara a la vida por su familia”.

Eso mismo hace Rosaria Piermattei por sus dos hijas. Llegó hace poco a Colombia tras caminar varios días con ellas, junto a un grupo grande de refugiados y migrantes provenientes de Venezuela. Durante la travesía, dormían en los peajes y se alimentaban gracias a la buena voluntad de los habitantes de la ruta.
Justo antes de partir de Venezuela, su hija de 15 años sufrió un accidente casero el cual le causó quemaduras de segundo grado. Aún así, la niña decidió emprender el camino. Por eso, apenas llegaron a Colombia, acudieron a un centro médico donde la atendieron y las remitieron al CATM sede Hotel Villa Antigua. “Acá me la terminaron de curar”, señala agradecida esta madre soltera. 

Llevan ya un par de meses en el Centro, mucho más de los 15 días que normalmente están previstos para el alojamiento, puesto que están aguardando la documentación que les permita viajar a Melgar, Cundinamarca, donde las espera un familiar y posiblemente, un trabajo para Rosaria.  
Mientras tanto, están protegidas de los riesgos de la calle y de la pandemia en el CATM, donde pasan los días haciendo manualidades para decorar la Navidad que se aproxima. “Aquí nos atienden, nos dan comida y tenemos todo para bañarnos y dormir bien. Aquí me siento segura y las niñas se sienten bien”, dice. 

Una atención diferencial para mujeres y niñas en el CATM

La primera atención que reciben las personas que llegan al CATM son los primeros auxilios emocionales, junto con la atención médica, porque tras días enteros de caminar a la intemperie, muchos llegan deshidratados, y casi todos con ansiedad por separación, tristeza o desesperanza. 
 

En el caso de las mujeres, las cuales representan el 52% de los beneficiarios del alojamiento en los últimos seis meses, se suman otros componentes como, por ejemplo, la violencia intrafamiliar, situación que en ocasiones cataliza la decisión de migrar en busca de una nueva vida. Gracias al trabajo en estrategias de afrontamiento que realiza el equipo psicosocial del CATM, estas mujeres logran claridad y recuperan la fuerza a través del reconocimiento de todo lo que han sido capaces de afrontar. Además, con a la gestión de los trabajadores del centro, logran apoyos con socios del Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos (GIFMM), en medios de vida para la estabilización socioeconómica. 

En este proceso están Deilin y Rosaria, dos mujeres que comparten además de la nacionalidad, la fortaleza y la resiliencia. Virtudes que se convertirán en los pilares desde los cuales sus hijas podrán construir una historia diferente.